miércoles, 24 de marzo de 2010

ENSEÑAR A VIVIR EN LIBERTAD


El 24 de marzo de 1976 una herida dañaría la historia de la Argentina. Una herida en el tiempo, de esas que no se borran, y que cada tanto nos hacen recordar su fatídica presencia. El gobierno de facto se instaló llevando el tiempo hacia atrás, haciéndonos vivir la censura y la coacción que todos creíamos haber superado. El tiempo se detuvo y con ello, se detuvo la historia.

La posibilidad de relatar los eventos que vivimos durante la última dictadura militar, muchas veces se ve truncada. Estas vivencias se han instalado como un pasado que se resiste a ser elaborado, a convertirse realmente en pasado vivido, y se instalan como un eterno presente que todo lo cubre, que todo lo abarca: la dictadura militar ha calado tan profundamente en nuestra piel, en nuestra mente, en nuestras palabras, que por momentos se torna difícil dejarla atrás. Yo viví, trabajé y estudié durante la última dictadura militar. Crié a mis hijos en medio del miedo y eso jamás podrá abandonarme.

Los daños han sido muchos. Miles de personas fueron brutalmente asesinadas, torturadas y desaparecidas. Otras, han sido condenadas al exilio y desde allí se ocuparon de hacerle saber al mundo que aquí toda una nación estaba condenada al silencio. El silencio, esa forma impiadosa de la ausencia, de la desintegración. Todos fuimos de alguna manera torturados, desaparecidos. A todos se nos condenó a la agonía intelectual y expresiva que nos situaba en los límites de la desaparición.

Muchos intelectuales, científicos, artistas y docentes fueron confinados al olvido u obligados a migrar hacia otros países. Asimismo, las listas de obras prohibidas se engrosaban con el transcurrir del tiempo. El Principito, la teoría lógico matemática de los conjuntos y hasta el libro de física Cuba electrolítica presentaban una amenaza para el orden social. Miles de libros ardieron en pozos y fueron eliminados del comercio editorial.

Yo ejercí la docencia durante este período y la vigilancia que caía sobre los educadores era asfixiante. Los programas excluían cualquier lectura o actividad que estimulara el sentido crítico de los alumnos (objetivo que no falta en los proyectos actuales de todos los niveles), los docentes recibían listados con los autores y obras cuya enseñanza estaba prohibida, y las planificaciones que los maestros presentaban eran atentamente vigiladas e inspeccionadas por las autoridades. Durante ese período, yo era maestra de adultos. Recuerdo un episodio en el cual presenté mi carpeta didáctica al directivo quien ante mis ojos, arrancó una hoja de mi carpeta en la cual señalaba la lectura de una novela cuyo autor estaba prohibido. “Pensá en otro tema para hoy”, me dijo, mientras hacía un bollo con la hoja y la arrojaba al tacho de basura. En esa misma escuela y estando al frente de 6º grado, decidí preparar, luego de pensarlo por mucho tiempo, una clase especial en la cual abordaría temas como los derechos humanos y laborales, formas de gobierno y el sufragio universal. El eje ético que traspasaría esa clase era la importancia de la libertad, la elección y el pensamiento libre e individual en la vida en sociedad. Muchos de los padres de esos chicos eran militares y muy probablemente el contenido de mis clases llegaría hasta sus hogares. Enseñar en los ’70, era una tarea peligrosa. Sin embargo, 15 años después, llegaría a mi casa una carta que aún conservo con mucho cariño. Era de una alumna de ese grupo que decía “¡gracias por enseñarme a vivir en libertad!”.

Sólo después de tanta barbarie podemos advertir la importancia de enseñar a vivir en medio de la libertad. Enseñar a elegir, a pensar que las cosas pueden no ser lo que parecen, que la vida es así porque todos los días elegimos y redefinimos su curso. Enseñar a ser responsables de la difícil tarea de decidir sobre nuestras vidas.

Miles de libros fueron hechos cenizas y otros tantos intelectuales fueron muertos o exiliados. Pero desde cada aula argentina sus obras, su música, sus cuentos, su vida se colaban de forma disimulada y nos situaban nuevamente en medio de la historia, nos hacían sentir que allí el tiempo no se había detenido
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